Por Adrián Becerra
Transustanciación. Es un concepto religioso que afirma que un objeto puede cambiar de sustancia sin alterar su forma. El objeto es algo más de lo que representa, es otra cosa.
En ese concepto se sostiene el acertijo del arte contemporáneo y sus ideas conceptuales: la figura, o sea lo evidente, no cambia, cambia lo que no vemos, el significado.
Los conceptos de los artistas, sus curadores y críticos, son como la publicidad que nos habla de virtudes del producto que no son evidentes, pero basta creer en ellas para que existan. La galería, el museo y la iglesia son incuestionables, y todo lo que está dentro es verdadero porque lo ampara una idea, que casi invariablemente nos dejará una desagradable desazón, un sentimiento de insatisfacción, de engaño, que difícilmente nos convence de que la obra es genial, única, novedosa o sublime.
Nos invadirá, muy probablemente, un reflejo de rechazo hacia la obra transgresora y desconcertante frente a nosotros, que nos lleva al incómodo punto donde uno no sabe si es tan ignorante como para no comprender y discernir la nube de retórica y la maraña de metáforas y alusiones con que buscan ofuscar nuestra percepción, o si realmente estamos siendo timados (o cuando menos intentando) al tener que aceptar que una pieza de aproximadamente 25 kilos de cerámica blanca esmaltada, con un ligero aroma a tepache viejo, es una obra de arte genial, única, novedosa y sublime; pero no es, bajo ninguna circunstancia, ni aunque nuestros ojos así lo diagnostiquen, un mingitorio fuera de lugar que en cualquier momento deberá ser recogido por el servicio de mantenimiento, quienes tras disculparse por molestar nuestro caminar por la galería al dejar dicho accesorio en la sala, se dirigirán al baño de caballeros a colocarlo en su sitio, a donde pertenece y del cual nunca debió haber salido.
Quizás Duchamp jamás vislumbró las catastróficas consecuencias que esa travesura suya traería para el arte; acto calculado y premeditado que abriría nuevos caminos de exploración y expresión.
Regreso ahora al punto que realmente creo importante: ese lugar incómodo donde la palabra ignorancia nos pone a temblar, y con miedo a perder la batalla ponemos en duda tanto el argumento del artista, como (aunque quisiéramos evitarlo) nuestra propia capacidad intelectiva. Y es precisamente esto lo que el arte contemporáneo busca: sembrar, a través de los medios necesarios, cualesquiera y macabros que éstos sean, la duda. Que es el primer rasgo de inteligencia, que nos lleva a un proceso de inquisición donde se cuestionan las verdades fabricadas, proceso en el que se derrumban todos los mitos y dogmas impuestos.
Quizá el arte contemporáneo sólo trata de hacernos ver que las cosas no son lo que deben ser solamente porque tienen un nombre o una forma; eso, en dado caso es un símbolo o un ícono; las cosas son realmente aquello en que su esencia, su función y su razón las encuadra, define y caracteriza.
Y es este el momento de cuestionarse si tu casa es casa porque así te la vendieron, o porque realmente cumple dignamente con las funciones básicas de una casa; o si el arte es arte porque está dentro de una galería, o si lo es porque te transporta a momentos, lugares, pensamientos y sensaciones que ningún otro lenguaje lograría transmitir mejor…