Por Carlos Peregrina
La desenvoltura de la luz en el espacio y el envolvimiento del cielo son elementos que componen las piezas de James Turrell, detonando una dinámica directa entre el espacio que abarca la obra y la percepción del público de un espectáculo.
El mundo está ante el arte, haciéndose. Se hace el mundo con el arte. Las creaciones de los artistas sostienen la existencia humana y modelan los pensamientos valiéndose de elementos efímeros de la vida (¿Qué dura para siempre en una vida humana?). Las obras de James Turrell (1943, EUA), tienen una peculiaridad, presentan una condición. Al estar hechas para activarse no sólo con la intervención del espectador, sino en un momento único, bajo la influencia de un clima, una ubicación y un espacio determinados. Así, la luz, el color y la forma del espacio son los responsables de causar la materialidad de la obra, sutilmente intangible, que está siempre cambiante, en evolución cíclica, y se presenta como instalación efímera. La serie Afrum permanece visible durante los momentos en que el sol le alcanza directamente, logrando con la proyección de la luz un efecto ilusorio que compone volúmenes como evidencia del movimiento del planeta. La obra de Turrell afirma la paciencia del movimiento y la maravilla de la luz. ¿No es esta expresión una noble y auténtica domesticación de la naturaleza para fines que elevan la tranquilidad del alma? ¿Una manipulación respetuosa para el deleite de aquellos cuyo espíritu encuentra fascinación en la geometría, existente sólo en la imaginación humana?
Turrell desmenuza con habilidad sus conocimientos y los aprovecha para hacer su obra. La poética que logra es mérito de una sensibilidad respecto al espacio y al entendimiento de la luminosidad. La exploración de la luz, figurada en la obra de Turrell, involucra al espectador y al espacio, abarcándolos, creando espacios públicos, transitables, que son la extensión de la obra. Así, sus piezas son ampliamente sensoriales y requieren de permanencia: se está en la obra, se es la obra; pues ¿qué no es la poesía una apropiación de lo humano? ¿No son los espacios de Turrell una exhibición poética del logro humano, y por lo tanto una obra que uno puede apropiarse y ser momentáneamente parte de ella? El ser espectador ya no es suficiente, no se puede ser la obra desde la lejanía, se requiere de un usuario que habite la obra, que se vuelva el público de un espectáculo para el alma.
La escala es asunto importante en las obras de Turrell. Su trabajo desarrolla el monumental tamaño de la luz, y se comprende por las interacciones visuales con los cuerpos celestes desde el planeta. Acerca el cielo a los mortales de una manera maravillosa. Es en Roden Crater donde manifiesta, con la construcción de espacios dentro de un cráter volcánico, que el cuerpo humano, y lo perceptible por medio de él, es rico y complejo a pesar de su minúscula participación en el universo, como queda evidenciado en esta obra.
La belleza se encuentra –en las obras de Turrel– no sólo en la majestuosidad hipnótica que producen la luz y el cielo, sino en la extensión que alcanza cada pieza para hacer evidente una experiencia de participación en el espacio. Se puede decir que su arte es un generador de espacios públicos que no necesariamente dejan de ser individuales; también permite que se penetre en la obra, disolviendo el alma ante un espectáculo poético. El mecanismo de activación de la obra, en casos como el arte de Turrell, queda evidente: habitar la pieza.