Por: M. Arq. Mariano A. Ferretti
La práctica de la arquitectura es cada vez más una realidad para pocos. El rol del arquitecto, en tanto que actor social, es y seguirá siendo por lo menos en los próximos años uno de los debates cruciales en torno al cual se desprenden ciertas consideraciones que valdría la pena tener en cuenta al momento de intentar una justificación más o menos coherente al respecto.
Por un lado, el contexto tardo-capitalista que soslaya los procesos colectivos basados en las minorías, a partir del control de la información y su poder comunicacional como distribuidor y legitimador de todo poder social a favor de su propio beneficio, y por el otro, el producto que de ello se deriva en la difusión de paradigmas que se retroalimentan alentando arquitecturas basadas en el objeto>imagen con arquitectos formados a partir de la imagen>objeto.
El resultado de tanto tiempo de manipulación de lo que se instala como modelo en la sociedad -en términos generales- y de lo que se propicia en los ámbitos más globalizados de la enseñanza arquitectónica -en lo particular- animados unívocamente por ciertos personajes encumbrados en el relato arquitectónico universal, han establecido modelos de actuación tanto en lo urbano como en lo meramente arquitectónico que van desde la ciudad genérica que todo lo puede absorber y donde cualquier escenario es viable, hasta la carrera política y económica, mas no cultural, en la que se han embarcado muchas capitales mundiales para obtener los réditos de un proyecto universalizador de primermundización de sus contextos y sus territorios.
Figuras 1 y 2: Lebbeus Woods, “Sarajevo” (1993).
El antropólogo social franco-belga Claude Lévi-Strauss sostuvo a mediados de los 50’ refiriéndose a las diferencias de lo urbano entre primer y tercer mundo que: “Para las ciudades europeas, el paso de los siglos constituye una promoción; para las americanas, el paso de los años es una decadencia”. Esta alusión a la temporalidad de los acontecimientos no es menos significativa en el caso latinoamericano ya que los procesos de primermundización han deteriorado fuertemente la calidad física y ambiental de nuestras ciudades y entregado a la lógica del capital la actividad del arquitecto. Se ha “marginalizado” la arquitectura y con ello se han tipificado sus resultados: “arquitecturas marginales”, “procesos marginales”, “territorios marginales” han invadido las publicaciones especializadas en las últimas dos décadas como si la condición de margen fuese un plus desde el cual se justifican las centralidades.
En verdad, lo que ha sucedido es un descentramiento de los procesos bajo los cuales se producía la arquitectura y logrado que una cosa fuera la arquitectura y otra muy diferente sean los procesos. Para la primera categoría, el terreno ya estaba abonado: la arquitectura hecha por arquitectos, mientras que para la segunda sólo quedaba la arquitectura hecha por los usuarios, es decir: la arquitectura social y marginal. Mientras que a la primera la legitiman lo cuantitativo en relación al objeto y la explican sus similares coetáneas, la segunda debe ser casi siempre avalada por los procesos y sistemas que nos “afectan” a todos, como el uso del dinero público o la exacta utilidad -siempre escasa- de sus recursos, sean estos materiales, ambientales, económicos, culturales o humanos. Mientras las primeras se esconden en lo privado a las segundas las delata lo público.
Lebbeus Woods defendía la idea de la arquitectura como transformadora de la economía y la política desde el cuestionamiento -muchas veces a través de la denuncia irónica y subversiva de mega estructuras como parásitos o insectos que se apropian de la arquitectura existente, nutriéndose de ella y auto-reproduciéndose como virus para producir nuevas formas asimiladas por lo existente- y desde una estética ligada a la cultura del cine y la historieta en clave futurista, desde una composición cercana al constructivismo.
Figura 3: Lebbeus Woods, “Berlín, zona liberada” (1990).
“La política es el mecanismo con el que uno cambia su vida: a través de negociación, de revolución, de terrorismo o de planificación paulatina. La política es lo que hace que la gente, cuando se pone de acuerdo, pueda cambiar las situaciones. Y la arquitectura es política por naturaleza. Tiene que ver con la relación entre la gente y con cómo las personas deciden cambiar su modo de vida. La arquitectura es un instrumento fundamental para ese cambio porque construye el medio en el que se vive y las relaciones que se establecen en ese medio.” (Lebbeus Woods)
Sin embargo, esta visión comprometida con la realidad y el ambiente socio cultural que caracteriza a los territorios, básicamente denotan esa escisión que se ha dado en el ejercicio y la producción arquitectónica al punto de dejar en claro -como es el caso de la arquitectura de Zaha Hadid- a qué parte de la realidad se pertenece y qué intereses se representan. Es común en las arquitecturas basadas en el objeto>imagen la constante tergiversación del mensaje y la anulación de todo significado que la forma pueda contener y lo que sería más falso aún, la pretensión de universalidad por encima de cualquier rasgo de particularización de lo colectivo.
Figura 4 (arriba): Lebbeus Woods, “Reconstrucción de La Habana” (1994). Figura 5 (abajo): Zaha Hadid, “Sede administrativa para el puerto de Antwerp” (2009)
Lo cierto es que desde los años 60’ el objeto se ha ido desintegrando paulatinamente para cuestionar su propia dependencia de todo significado y función. A partir de ello, nuestra última historia de la arquitectura ha sido una permanente batalla en la justificación y legitimación de la forma arquitectónica hasta la ruptura del objeto, producto de una imagen capitalista de consumo, posesión y temporalidad, para pasar en el presente a un conjunto de elementos que le dan sentido de existencia, arraigo y permanencia desde el reconocimiento de un origen necesario. Se ha llegado a un punto de reconstrucción de la arquitectura como acontecimiento primitivo y resultado de un proceso que se sitúa por encima de la forma y más allá del sujeto que le ha dado origen.
Estos procesos revelan la necesidad de rever prácticas alternativas de producción de la arquitectura desde las particularidad de los sucesos y la micro escala, en consonancia con nuevos modos de colaboración y asociacionismo que propicien que la práctica profesional sea un ejercicio político como disparador y un mecanismo de producción colectiva y por tanto de un carácter abierto y cambiante.
El espacio doméstico y el espacio público son los ejes desde los cuales se deben lanzar estas prácticas “alternativas” a los modos establecidos y desde allí generar las nuevas propuestas que permitan replantear el espacio habitable y pensar en espacios compartibles con su entorno inmediato y con las porciones necesarias de espacio público susceptibles de absorber nuevas categorías en la esfera de lo colectivo y su permutabilidad.
Figura 6: PASTO vs GRANJAS
¿No podrían las estrategias formales desplegadas crear las tipologías suburbanas que respondan directamente a los rendimientos agrícolas? (tomates / hongos / camarones / bisonte).
Fuente: Jiménez Lai (2012) “Ciudadanos del no lugar, una novela gráfica arquitectónica” (New York: Princeton Architectural Press) Pp. 14
Por otra parte, los entornos de particularidad cultural que tradicionalmente se han visto invisibilizados por el traslado de los centros de discusión y producción de la arquitectura hacia los centros de poder económico, se ven en la actualidad potenciados por el creciente auge que, por lo menos desde Latinoamérica, se está produciendo con respecto a las reivindicaciones de dichos sectores sociales antes marginados por las políticas de suplantación de identidades que el neoliberalismo a ultranza había propiciado, y que se hallan en constante consolidación desde una diversidad de escenarios y procesos donde se involucran las partes necesarias para asegurar la identidad y la apropiación que los grupos sociales requieren.
Los Estados son ahora agentes activos que en conjunto con las comunidades organizadas son capaces de establecer nuevos paradigmas en la producción del hábitat, ya no como espectadores ajenos a las dinámicas habituales, sino como actores alternativos con voz propia en la toma de decisiones. En este sentido, es fundamental el aporte que desde las instituciones educativas se pueda recibir para la legitimación de los procesos y la sociabilización y democratización del conocimiento generado.