Por M. Arq. Fernando Gordillo Bedoya
“El arte es una mentira que nos revela la verdad”
Picasso
El arte tiene la particularidad de ser visto desde varias perspectivas: como un juego o diversión, como algo inútil, como un lujo, y obviamente, como una función esencial, indispensable, como un anhelo. Todo esto es indisociable del hombre, porque según Huyghe (1973) “no hay arte sin hombre, pero quizá tampoco hombre sin arte”.
Se dice que el arte se relaciona con el mundo cuando el hombre quiere representar o expresar algo, y para ello se vale de un objeto creado por él y que conocemos con el nombre de “obra de arte”, dependiente de la impresión y de la expresión. Goethe decía que “no hay mejor modo de esquivar al mundo que el arte, ni manera más segura de unirse a él que mediante el arte” (Gil Tovar 1970). El arte también se relaciona con el intelecto en la medida que tiene una noción y proyecta una visión fundamentadas en el pensamiento de una época. Y como es lógico, se involucra con la belleza en tanto actividad creadora.
Para Deleuze y Guattari (1991), la definición del pensamiento se hace trazando un plano sobre el caos a través de tres formas de pensamiento: arte, ciencia y filosofía. Ésta última busca salvar lo infinito mediante la consistencia de personajes conceptuales; con sus conceptos afloran los acontecimientos. La ciencia pretende atraer la referencia que define los estados de las cosas y por ello renuncia a lo infinito; con sus funciones construye estados de cosas. El arte quiere recuperar lo infinito a través de la creación de lo finito: la composición, las figuras estéticas; con sus sensaciones erige monumentos.
El arte y la realidad
A partir de una mirada positivista, Gil Tovar (op. cit.) afirma que el hombre enriquece su pensamiento a través de la filosofía y las ciencias, trasciende por medio de la religión, ordena relaciones con las ciencias sociales y expresa sus sentimientos e ideas por medio del arte, según sus motivaciones estéticas, laborales, lúdicas, ornamentales, religiosas o simbólicas.
Para este autor, el arte es “expresión de contenidos sugestivos en formas originales”, donde la expresión permite revelar lo interiorizado en forma de ideas, sentimientos o cosas. La expresión se da cuando es peculiar, sin referenciación de algo. El contenido es una saturación que se manifiesta sugestivamente. Si se desea comunicar algo, es preciso representarlo de tal manera que se genere un mensaje, es decir una emisión de ideas mediante signos, con un contenido expresivo en sus formas, denominado experiencia estética. El contenido además, tiene un continente que desemboca en un lenguaje formal. La forma es una experiencia sensible que podemos captar por nuestros sentidos.
Desde la perspectiva fenomenológica, Deleuze y Guattari (op. cit.), definen la obra de arte como “un ser de sensación y nada más: existe en sí”, porque se conserva y conserva una obra de arte, que es un cúmulo de sensaciones o un “compuesto de perceptos y de afectos”. Los perceptos (motivos) no son percepciones ni los afectos sensaciones, sino seres en sí mismos que exceden cualquier vivencia. Y añaden que “la finalidad del arte, con los medios del material consiste en arrancar el percepto de las percepciones de objeto y de los objetos de un sujeto percibiente, en arrancar el afecto de las afecciones como paso de un estado a otro. Extraer un bloque de sensaciones, un mero ser de sensación. Para ello hace falta un método, que varía con cada autor y que forma parte de la obra”. En este sentido, proponen la composición como única definición del arte, porque es estética y de ella se deriva el trabajo de las sensaciones.
El artista: entre lo social y el objeto
El artista como sujeto se aísla de lo social en un momento determinado para producir el objeto. Esta acción se establece cuando da una idea del mundo u ofrece una imagen de él. Históricamente el artista ha evolucionado desde la imitación de la naturaleza, a la búsqueda de la perfección formal, logrando el ideal de lo bello, transformando intelectualmente los objetos, persiguiendo la esencia de lo vivo, hasta convertir el arte en una forma de conocimiento intuitivo.
El artista ha de ser original, es decir creativo, reflejándose en una unidad en la que todos sus elementos están integrados sinérgicamente. Si la expresión no es el contenido, entonces no hay expresión sin contenido. Ambos, expresión y contenido, no son forma pero sólo se pueden apreciar a través de ella. Por eso la originalidad se refiere tanto al contenido como a la forma, unificados y fundidos en la experiencia estética.
Deleuze y Guattari dicen que el artista es presentador, inventor, creador de afectos “en relación con los perceptos o las visiones que nos da. No sólo los crea en su obra, nos los da y nos hace devenir con ellos, nos toma en el compuesto” y con base en lo expuesto por Mikel Dufrenne en el libro “Fenomenología de la experiencia estética”, los conceptos empíricos perceptivos y afectivos que definen la sensación como relación cuerpo-mundo señalan que hay tres elementos a priori perceptivos y afectivos en los cuales la fenomenología busca la sensación: la carne, como extracción del cuerpo vivido, del mundo percibido; la estructura, hueso u osamenta que la une, y el universo o cosmos al cual se abren.
Mukarovsky (2000) tiene una visión sobre la intencionalidad en el arte, relacionada a la creación humana, en tanto la obra de arte es prototipo de una producción intencional. El autor afirma que la obra de arte no puede ser caracterizada inequívocamente con relación a su creador, porque si existe la intencionalidad, ésta hace percibir la obra como signo. Al contrario, la no intencionalidad hace percibir la obra como cosa. Por eso el análisis estructural de una obra de arte es semántico, atañe a todos sus componentes en cuanto a contenido y forma, así no sea sinónimo del análisis formal, puesto que también se ocupa de la construcción interna de la obra.
Herramientas del Arte para abordar el Hábitat y la Vivienda
El arte moderno desató una revolución mediante la subversión y radicalización a las costumbres más arraigadas y eso creó un bloqueo a su relación con el hombre contemporáneo porque redujo su acceso a favor de una élite minoritaria, a pesar de la presión estética marcada por la decoración, la publicidad y los medios de comunicación.
La arquitectura como arte, representa el punto de inserción de la actividad estética en el mundo utilitario. Según Huyghe y Rudel (1976), “resultó ser uno de los elementos motores más efectivos en la transformación del arte, decidido a adaptarse a los tiempos nuevos, a traducirlos y a aplicar su espíritu.”
Es aquí donde emerge la función estética, como dimensión necesaria para abarcar un campo de acción más amplio que el del arte, porque según Mukarovsky (op. cit.), “cualquier objeto o cualquier sujeto -ya sea un proceso natural o una actividad humana- pueden llegar a ser portadores de la función estética”, y desde el contexto social, afirma que es posible indagar objetivamente por la participación de la función estética en la vivienda, a pesar de que la arquitectura forma series de productos que van desde la ausencia de la función estética, hasta las obras de arte y que en ella, las funciones prácticas compiten con la función estética cuando, por ejemplo, se debe establecer una debida protección de los espacios contra los cambios climáticos.
Resumiendo, Mukarovsky dice que la función estética “interviene de manera importante en la vida de la sociedad y del individuo y participa en la determinación de la relación -tanto pasiva como activa- de la sociedad y sus miembros con la realidad que los rodea”, y que su finalidad es producir placer estético.
Es necesario en este punto, establecer la relación entre arquitectura y función. Se podría afirmar que el hábitat se concibe como un conjunto de procesos vitales a los cuales la arquitectura sirve de escenario, de ambiente espacial destinado a actividades de diversa índole, porque además rodea al hombre, delimita y organiza su espacio vital como un todo. Existe una relación potencial del arte y la arquitectura con todas las necesidades y objetivos del hombre que se decantan en la funcionalidad que está determinada por objetivos concretos.
Mukarovsky afirma que la función estética en la arquitectura se convierte en la “negación dialéctica de la funcionalidad” porque convertirá el objeto en objetivo, y porque emerge como algo añadido y suplementario, expresando contradicciones; la función estética puede intervenir en cualquier género arquitectónico, empezando por edificaciones con fines prácticos y se presenta como algo agregado, que viene de fuera, tal vez porque lo hacen más explícito que sus autores. Dicen algunos, que el arte comienza cuando el hombre “delimita un territorio y hace una casa”. Este sistema territorio-casa lo conocemos como hábitat porque allí se transforman muchas funciones orgánicas: alimentación, sexualidad, agresividad, procreación, que se convierten en rasgos de expresión, en cualidades sensibles.
De otra parte, el territorio implica la emergencia de cualidades sensibles puras, o sensibilia, que dejan de ser únicamente funcionales y se vuelven rasgos de expresión, haciendo posible una transformación de las funciones. Esta emergencia es arte, por el tratamiento de los materiales exteriores, por los colores y posturas del cuerpo, por los cantos y gritos que marcan el territorio. Cada hábitat engloba o secciona territorios o intercepta trayectos de seres sin territorio, formando uniones ínter específicas.
Para finalizar, queda esta reflexión:
Con un territorio, la casa se vuelve constructiva y erige los monumentos rituales de una misa (animal) que celebra cualidades antes de extraer causalidades y finalidades nuevas. Esta emergencia es arte, no sólo por el tratamiento de sus materiales, sino por las posturas y colores de los cuerpos, por los cantos y por los gritos que marcan el territorio.